viernes, 13 de abril de 2007
Disgarfia
Escritura defectuosa sin que un importante trastorno neurológico o intelectual lo justifique.
Hay dos tipos de disgrafía:
Disgrafía motriz:
Se trata de trastornos psicomotores. El niño disgrafico motor comprende la relación entre sonidos los escuchados, y que el mismo pronuncia perfectamente, y la representación grafica de estos sonidos, pero encuentra dificultades en la escritura como consecuencia de una motricidad deficiente
Se manifiesta en lentitud, movimientos gráficos disociados, signos gráficos indiferenciados, manejo incorrecto del lápiz y postura inadecuada al escribir
Disgrafía especifica:
La dificultad para reproducir las letras o palabras no responden a un trastorno exclusivamente motor, sino a la mala percepción de las formas, a la desorientación espacial y temporal, a los trastornos de ritmo, etc., compromete a toda la motricidad fina
Los niños que padecen esta disgrafía pueden presentar:
þ Rigidez de la escritura: Con tensión en el control de la misma
þ Grafismo suelto: Con escritura irregular pero con pocos errores motores
þ Impulsividad: Escritura poco controlada, letras difusas, deficiente organización de la pagina
þ Inhabilidad: Escritura torpe, la copia de palabras plantea grandes dificultades
þ Lentitud y meticulosidad: Escritura muy regular, pero lenta, se afana por la precisión y el control
Diagnóstico
Escolar
El Diagnóstico entro del aula consiste en precisar el grado de alteraciones y puntualizar el tipo y frecuencia del error grafico
Para este procedimiento se necesitará corregir diariamente las producciones del niño, destacando las fallas para reeducar con la ejercitación adecuada. De forma individual, se realizarán pruebas tales como:
Dictados: de letras, sílabas o palabras. Se dicta un trozo de dificultad acorde con el nivel escolar del niño. Lo mas simple consiste en extraerlo del libro que habitualmente usa el niño, correspondiente al grado que cursa. Realizar el análisis de errores
Prueba de escritura espontánea: destinada a niños que ya escriben. La consigna es: “escribe lo que te guste” o “lo que quieras”. Del texto se señalaran los errores cometidos, siguiendo la clasificación de errores frecuentes señalada en la etiología de esta patología
Copia: de un trozo en letra de imprenta y de otro en cursiva, reproducir el texto tal cual ésta, y luego otros dos textos, uno en imprenta para pasar a la cursiva, y otro en cursiva para pasar a la imprenta
Aquí observamos si el niño es capaz de copiar sin cometer errores y omisiones; o bien si puede transformar la letra ( lo que implica un proceso de análisis y síntesis)
Si el niño no logra copiar frases, se le pide que copie palabras, sílabas o letras
Tratamiento
El tratamiento de la disgrafía abarca una amplia gama de actividades que podrán ser creadas por el docente al tener el registro de errores que comete el niño. Se recomienda llevar un cuadernillo o carpeta aparte de la del trabajo en aula, para facilitar la inclusión de nuevos ejercicios y la corrección minuciosa
El tratamiento tiene por objetivo recuperar la coordinación global y manual y la adquisición del esquema corporal; rehabilitar la percepción y atención gráfica; estimular la coordinación visomotriz, mejorando el proceso óculo- motor; educar y corregir la ejecución de los movimientos básicos que intervienen en la escritura (rectilíneos, ondulados) así como tener en cuenta conceptos tales como: presión, frenado, fluidez, etc., mejorar la ejecución de cada una de las gestalten que intervienen en la escritura, es decir, de cada una de las letras; mejorar la fluidez escritora; corregir la postura del cuerpo, dedos, la mano y el brazo, y cuidar la posición del papel
El tratamiento de la disgrafía abarca las diferentes áreas:
1.- Psicomotricidad global Psicomotricidad fina: La ejercitación psicomotora implica enseñar al niño cuales son las posiciones adecuadas
a) Sentarse bien, apoyando la espalda en el respaldo de la silla
b) No acercar mucho la cabeza a la hoja
c) Acercar la silla a la mesa
d) Colocar el respaldo de la silla paralelo a la mesa
e) No mover el papel continuamente, porque los renglones saldrán torcidos
f) No poner los dedos muy separados de la punta del lápiz, si no este baila y el niño no controla la escritura
g) Si se acerca mucho los dedos a la punta del lápiz, no se ve lo que se escribe y los dedos se fatigan
h) Colocar los dedos sobre el lápiz a una distancia aproximada de 2 a 3 cm de la hoja
i) Si el niño escribe con la mano derecha, puede inclinar ligeramente el papel hacia la izquierda
j) Si el niño escribe con la mano izquierda, puede inclinar el papel ligeramente hacia la derecha
2.- Percepción.- Las dificultades perceptivas (espaciales, temporales, visoperceptivas, atencionales, etc.) son causantes de muchos errores de escritura (fluidez, inclinación, orientación, etc.) se deberá trabajar la orientación rítmico temporal, atención, confusión figura-fondo, reproducción de modelo visuales
3.- Visomotrocidad.- La coordinación visomotriz es fundamental para lograr una escritura satisfactoria. El objetivo de la rehabilitación visomotriz es mejorar los procesos óculomotrices que facilitarán el acto de escritura. Para la recuperación visomotriz se pueden realizar las siguientes actividades: perforado con punzón, recortado con tijera, rasgado con los dedos, ensartado, modelado con plastilina y rellenado o coloreado de modelos
4.- Grafomotricidad.- La reeducación grafomotora tiene por finalidad educar y corregir la ejecución de los movimientos básicos que intervienen en la escritura, los ejercicios de reeducación consisten en estimular los movimientos básicos de las letras (rectilíneos, ondulados), así como tener en cuenta conceptos tales como: presión, frenado, fluidez, etc.
Los ejercicio pueden ser: movimientos rectilíneos, movimientos de bucles y ondas, movimientos curvilíneos de tipo circular, grecas sobre papel pautado, completar simetría en papel pautado y repasar dibujos punteados
5.- Grafoescritura.- Este punto de la reeducación pretende mejorar la ejecución de cada una de las gestalten que intervienen en la escritura, es decir de las letras del alfabeto. La ejercitación consiste en la caligrafía
6.- Perfeccionamiento escritor.- la ejercitación consiste en mejorar la fluidez escritora, corrigiendo los errores. Las actividades que se pueden realizar son: unión de letras y palabras, inclinación de letras y renglones, trabajar con cuadrículas
luego realizar cualquier ejercicio de rehabilitación psicomotor. Se debe disponer de 10 minutos para la relajación
þ Relajación.-
Tocar las yemas de los dedos con el dedo pulgar. Primero se hace despacio y luego a mayor velocidad. También se puede hacer con los ojos cerrados
Unir los dedos de ambas manos, pulgar con pulgar, índice con índice. Primero despacio y luego a mayor velocidad. También se puede hacer con los ojos cerrados
Apretar los puños con fuerza, mantenerlos apretados, contando hasta diez y luego abrirlo.
¿ Que es al discalculia?
Independiente del nivel mental, de los métodos pedagógicos empleados, y de las perturbaciones afectivas, se observa en algunos niños la dificultad de integración de los símbolos numéricos en su correspondencia con las cantidades reales de objetos
El valor del número no se relaciona con la colección de objetos
Se constatan igualmente dificultades en efectuar una buena coordinación espacial y temporal, relación que desempeña un papel importante en el mecanismo de las operaciones y dificulta o imposibilita la realización de cálculos
Por lo general, el niño disléxico que rota, transpone o invierte letras o sílabas, repite los errores con los números (6 x 9 ); (69 x 96); (107 x 701).
Esto, como es lógico, puede retrasar notablemente el aprendizaje numérico y aritmético, y desencadenar una discalculia
Dificultad en el grafismo de los números o la interpretación de las cantidades
Dificultad en los mecanismos matemáticos y en las operaciones y actividades de comprensión aritmética
Detección
Los primeros indicios de discalculia se puede observar en el niño que, ya avanzado en su primer grado, no realiza una escritura correcta de los números y que, no responde a las actividades de seriación y clasificación numérica o en las operaciones
En los niños de grados mayores está afectado el razonamiento, resultando imposible la resolución de los problemas arimeticos más simples.
El maestro debe alertarse principalmente si en el área de lectoescritura no aparecen fallas ni retraso alguno
Diagnóstico
Ante la sospecha de una discalculia observada en el trabajo diario escrito y oral del niño, o ante reiterados fracasos en las evaluaciones de matemáticas, se debe realizar un sondeo de dificultades numéricas en forma individual con el niño
Se puede administrar:
Ø Dictados de números
Ø Copiados de números
Ø Cálculos no estructurados mediante juegos o gráficos
Ø Situaciones problemáticas – lúdicas
Estas actividades apuntan a diferenciar el tipo de error cometido
- Grafico - Numérico
- Del calculo
- Del razonamiento
Tratamiento
En este caso, el tratamiento es individual y, en un primer momento, el niño deberá realizar actividades junto a un maestro de apoyo o bien con la familia (previo entrenamiento escolar). Después de un periodo de trabajo conjunto, se impulsará al niño a la practica
Todos los ejercicios de rehabilitación matemática deben presentar un atractivo interés para que el niño se predisponga al razonamiento, en prime termino por agrado o por curiosidad , y luego, proceder al razonamiento matemático
En ausencia de trastornos orgánicos graves, hay que proceder a la reeducación, con el empleo progresivo de objetos que se ponen en relación con un símbolo numérico, para instaurar en el individuo la noción de cantidad y la exactitud del razonamiento
La adquisición de destreza en el empleo de relaciones cuantitativas es la meta de la enseñanza a niños discalcúlicos. A veces es necesario comenzar por un nivel básico no verbal, donde se enseñan los principios de la cantidad, orden, tamaño, espacio y distancia, con el empleo de material concreto
Los procesos de razonamiento, que desde el principio se requieren para obtener un pensamiento cuantitativo, se basan en la percepción visual, por bloques, tablas de clavijas
Además, hay que enseñar al niño el lenguaje de la aritmética: significado de los signos, disposición de los números, secuencia de pasos en el cálculo y solución de problemas.
sábado, 7 de abril de 2007
Dislexia
¿Disx…qué?
Las llamadas dislexia, disortografía o discalculia afectan a niños con una inteligencia normal -en ciertos casos mayor que el promedio- que no presentan problemas sensoriales ni emocionales grave, pero que no logran aprender con los métodos tradicionales.
Diversas teorías han intentado dar respuesta a estas dificultades, pero si en algo hay consenso es que un niño apoyado y asistido por su familia, por el sistema escolar y los expertos competentes, puede mejorar notablemente su rendimiento académico.
¿Por qué mi hijo no aprende? Responder esta pregunta podría tomar cientos de horas y miles de páginas sin llegar a una conclusión satisfactoria. Y es que los propios especialistas no logran un consenso respecto de la causas o el nombre más adecuado para definir este problema.
Para algunos, el origen de estas dificultades radica en el propio niño y para otros tiene relación con las metodologías de enseñanza utilizadas.
Pero, en general, se considera que los factores que intervienen son múltiples, variados y pueden combinarse dependiendo de cada caso. Por lo mismo es difícil generalizar o dar soluciones a priori.
Se sabe que los problemas de aprendizaje (PDA) pueden afectar a cualquier niño -independientemente de su inteligencia o capacidad- y aparecer en cualquier momento de su historia escolar.
En la primera parte de este artículo señalamos que el enfoque clásico para abordar los PDA atribuye sus causas a alteraciones neurológicas o neurofisiológicas del niño. Es muy utilizado en el ámbito médico, por algunos psicopedagogos y fue por décadas la teoría enseñada a los estudiantes de pedagogía y educación diferencial.
Por su parte, el enfoque pedagógico o humanista es más reciente y no está tan centrado en determinar las causas de los PDA, sino en utilizar estrategias de enseñanza que se adecuen al alumno y a mejorar su interacción con el profesor y sus pares.
Según esta visión, sólo un ínfimo porcentaje de los niños con PDA tiene origen neurológico, (mucho menor que para la teoría clásica) pero ello no es impedimento para lograr mejores resultados académicos.
“Mirar a un niño como si tuviera algo malo porque no aprende es un absurdo. No tienen por qué aprender todos de la misma manera”, asegura Nolfa Ibáñez, investigadora, doctora en educación y docente del Departamento de Educación Diferencial de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (UMCE).
A su juicio, el enfoque clásico “es tan respetable como cualquier otro, pero no lo consideramos adecuado en el ámbito pedagógico. Sólo el 5% de los niños con severos PDA presentan signos neurológicos. Aún así, un niño con un cambio en el estilo de interacción profesor-alumno aprende mucho más”.
Este cambio, según Nolfa Ibáñez, implica darle al alumno más opciones y facilidades para aprender, y transmitirle una disposición positiva hacia el estudio. “Si se demora más o lo hace distinto a los demás no tiene ninguna relevancia, lo importante es hacer que le guste aprender. Cambiar su disposición emocional realmente funciona”, explica.
‘Es súper inteligente, pero...’
El método clásico suele dividir los problemas de aprendizaje en generales (PGA) y específicos (PEA). El primero alude a alumnos con rendimiento insuficiente en casi todas las áreas -tema que abordamos en la primera parte- en tanto que los problemas específicos afectan el rendimiento escolar en un ámbito puntual, como por ejemplo en la lectura (dislexia), en la escritura (disortografìa) o en el cálculo (discalculia).
Paradójicamente se trata de niños que poseen una inteligencia normal -o alrededor de lo normal- no presentan alteraciones sensoriales (visuales, auditivos), psicomotoras o emocionales severas y están insertos en un ambiente sociocultural y educacional aparentemente satisfactorio. En otras palabras, existe un desnivel entre su potencial y su capacidad de aprendizaje.
Nolfa Ibáñez no comparte esta definición. Asegura que cuando un niño tiene problemas para leer, no es porque un área determinada de su cerebro esté alterada, sino simplemente porque no sabe o no ha comprendido que lo que se escribe es lo mismo que se dice, "porque un niño no habla comiéndose las letras o invirtiéndolas”, dice.
Ana María Figueroa, también docente de la UMCE y doctora en Educación, tampoco es partidaria de abordar los PDA por área. “El niño es, piensa y actúa como un ser integral; su cerebro y sus complejos sistemas no están estructurados por parcelas”. Por eso, dice, no debe hablarse de dislexia o discalculia, sino simplemente de ‘situaciones o circunstancias en que las dificultades existentes se destacan’. Y menos aún de escolares disléxicos o discalcúlicos, porque esos rótulos pueden afectar enormemente su autoestima, junto con atemorizar y paralizar a sus padres.
La definición tradicional de dislexia (o dislexias, en plural) es la de “un desorden o déficit específico en la recepción, comprensión o expresión escrita, que se manifiesta en dificultades reiteradas para aprender a leer”. Se supone normal hasta cierta etapa, pero cuando se prolonga más allá de los 8 años de edad o después del segundo año básico -para quienes creen en este concepto- puede hablarse efectivamente de dislexia.
Se detecta en la etapa escolar, pero algunos especialistas afirman que hay señales para identificarla precozmente en el preescolar, como por ejemplo; que el niño tenga dificultad para hablar, presente problemas de atención y para memorizar, hiperactividad, baja autoestima, cierta torpeza al moverse, dificultades para desarrollar su motricidad fina en actividades como abrocharse la camisa, manipular cosas o dibujar, entre otras.
Para el enfoque pedagógico, asegurar que existe este tipo de “señales” significa poner carteles de antemano, como si se pudiera predeterminar la vida de una persona y su futuro ya a los 4 ó 5 años.
Si de prevenir futuros problemas se trata, Nolfa Ibáñez enumera recursos para incentivar en los hijos una disposición favorable al aprendizaje; demostrarles que leer puede ser divertido, leer con ellos a diario, ir con frecuencia a la biblioteca, hacer juegos de palabras, con frases de la publicidad, señales de tráfico, etiquetas de alimentos, juguetes; darles el ejemplo, permitiéndoles que vean a sus padres y hermanos leer y escribir; y aplicar palabras difíciles para el niño a situaciones de su vida diaria, entre otros.
En tanto, la dificultad para escribir sin errores ortográficos (disortografía) se debería, según el enfoque clásico, a una mala interpretación neurosensorial para ejecutar gráficamente las reglas ortografícas en palabras o sílabas homófonas (que suenan igual, pero se escriben distinto). Los ejemplos más comunes: el uso de la c-s-z, la v-b, la h y la g-j. Tampoco es un concepto muy utilizado actualmente.
2 + 2= 5 … ¿discalculia?
El enfoque clásico la describe como una dificultad en el desarrollo de habilidades matemáticas como contar, alinear y copiar números correctamente; sumar restar y multiplicar, reconocer los signos matemáticos y comprender estas operaciones.
Para Ana María Figueroa, si un niño no domina estos procesos, “no es por falta de estructura mental consolidada, sino simplemente por la falta de hábito de utilizarla”, en cuyo caso el profesor debería proporcionar nuevas formas para adquirir esos conocimientos.
Pero según Ana María Figueroa, factores como la escasa aplicación de las matemáticas a la vida cotidiana, textos escolares que carecen de significado concreto para el alumno; que no se aprovecha su experiencia para aprender y aplicar conocimientos, entre otros, dificultan el aprendizaje.
Sancionar los errores del alumno tampoco contribuye. “Si la profesora le pregunta cuánto son 2 más 2 y el niño responde 5, si ella le dice ‘no, te equivocaste, cómo se te ocurre’, no garantiza ningún aprendizaje. Habría que volver con él a mostrarle una situación en que se diera cuenta que está equivocado”.
La solución: un trabajo en equipo
Cuando exista la sospecha de que un hijo tiene PDA, hay que asesorarse por un experto que descarte problemas físicos o fisiológicos que pudieran interferir. Para los especialistas, puede hablarse de un PDA cuando el niño está retrasado en dos años en relación a sus pares, pero sin duda no es necesario esperar ese tiempo para tomar medidas.
El propósito es que aquellas pequeñas dificultades propias y típicas de cualquier alumno se solucionen en el momento y no se arrastren hacia cursos superiores, complicando futuros aprendizajes.
Es importante consultar y valorar diversas opiniones. Ana María Figueroa recuerda “tener presente que la persona que pasa más tiempo con el niño es el profesor. Como son problemas escolares, él es el más competente. No puede ser el médico quien le diga qué pasa dentro en la clase”.
Nolfa Ibáñez comparte esta visión y aunque admite que es difícil cambiar la dinámica tradicional de enseñanza, cree que con la Reforma Educacional “es algo que se está intentando”. Aclara eso sí, que no se trata de criticar a los profesores, sino de entregarles nuevas herramientas, “donde su trabajo incluso pueda ser menos tensional, pues la disposición de los alumnos no es la misma en un ambiente autoritario y rígido que en una relación de aceptación y de respeto, donde se les permita participar sin temor a ser sancionados”. Y añade que "no tiene por qué ser un método completamente diferente, a veces basta con poco, una conversación con la profesora o que un especialista le señale cómo cumplir los mismos objetivos haciendo pequeñas diferencias”.
Ana María Figueroa, en tanto, asegura que los profesores y psicopedagos con este enfoque cuentan con herramientas para que el trabajo con los niños sea diferente. “Tienen una manera distinta de relacionarse con los papás y pueden explicarles cómo enfrentar mejor el tema”.
Si el profesor no da el primer paso, los padres deben plantearle sus inquietudes y ver la forma de apoyar su labor. En ciertos casos se sugiere consultar un psicopedagogo que podrá colaborar con el profesor cuando así se requiera. Si la orientación del colegio no calza con las necesidades del menor, podrá sugerir otros con metodologías más integradoras o individuales, pero siempre dentro de la educación regular, porque se le considera el mejor medio para que un niño aprenda.
jueves, 5 de abril de 2007
Estrés en los niños: Cuando les piden más de lo que pueden dar
Los factores más recurrentes para desarrollar un estado de estrés son los problemas familiares como maltrato, separación de los padres, enfermedad o muerte de algún miembro cercano, amigo o mascota; y todo tipo de cambios radicales que impliquen una pérdida, como cambios de casa, jardín o colegio.
Fernanda tiene 9 años. Siempre ha sido la primera en su curso y sus padres, separados hace cinco años, decidieron cambiarla de colegio.
La primera prueba de selección la hizo a fines del año pasado en uno de los mejores establecimientos de Valparaíso y sus resultados no fueron buenos.
Este “fracaso” desató una serie de temores e inseguridades en la pequeña niña, acostumbrada a ganar.
Terror nocturno, con paseos y conversaciones dormida; comenzó a orinarse en la cama o en cualquier sitio, porque no alcanzaba a llegar al baño.
“Andaba triste y llorosa... Como es tan competitiva, quería mantener el primer puesto en su curso e ingresar de las primeras en el otro colegio”, cuenta su madre, Claudia, quien agrega que debió llevarla al psicólogo.
“Él nos dijo que lo más simple para remediarlo era cambiar el “switch”, no hablarle más del colegio y comenzar a organizar las vacaciones. Ojalá cambiarla de entorno y hacer como si todo hubiese pasado”.
Fernanda presentaba claros síntomas de estrés.
Luego de quince días de angustia, la niña comenzó a mostrar mejorías. Hoy está matriculada en un excelente colegio y disfruta de un veraneo con su papá.
El estrés es un estado de malestar psicológico y físico que generalmente se manifiesta como un estado de aprensión, apremio y tensión.
Suele identificarse como una enfermedad de adultos, afectados por la velocidad cotidiana y la presión laboral.
Pero, como Fernanda, son muchos los niños que lo presentan, debido a las grandes exigencias a las que están expuestos.
Los factores más recurrentes para desarrollar un estado de estrés son los problemas familiares como maltrato, separación de los padres, enfermedad o muerte de algún miembro cercano, amigo o mascota; y todo tipo de cambios radicales que impliquen una pérdida, como cambios de casa, jardín o colegio.
¿Cómo saber si su hijo está estresado?
La psicóloga clínica, María Elena Montt, especialista en niños y adolescentes, describe los síntomas que permiten detectar el estrés según las distintas edades y las causas más frecuentes que lo detonan.
Lactancia (0 a 2 años). El niño se manifiesta irritable, con llanto fácil y dificultad para calmarse. Presenta cólicos y trastornos del sueño y la alimentación.
La causa más común de estrés a esta edad es la ausencia de la madre o la persona que esté a cargo de su cuidado, ya sea física o psíquicamente.
La falta de reciprocidad entre la madre y el niño, impide a ésta comprender lo que su hijo necesita. Suele coincidir con mamás que no se encuentran bien anímicamente (depresión, por ejemplo) o que están muy ocupadas.
Otro tipo de agentes estresores que afectan al bebé son el maltrato directo y la sobreestimulación (cuando no se respetan los ritmos de desarrollo del niño).
Preescolares (2 a 6). En esta etapa, se pueden presentar dos tipos de situaciones: agresividad acompañada de reiteradas y grandes pataletas o a la inversa, un niño ensimismado y retraído, que se aísla del mundo.
En ambos casos se suman manifestaciones biológicas como dolor de guatita o de cabeza y la aparición de miedo excesivo ante cosas sin importancia aparente, o frente a situaciones que antes no le inquietaban.
Si el menor bordea los 5 años y siente un temor intenso a separarse de la madre, puede ser también signo de estrés.
La principal causa en estas edades se resume en los conceptos “control y exigencia”. Los padres comienzan a fijar límites y muchas veces exigen respuestas inmediatas.
El tema del control de esfínter, la adquisición del lenguaje o la demarcación de lo que se debe y no se debe hacer, aplicadas en forma rígida provocan sentimientos de sobreexigencia en el pequeño.
Si, por el contrario, los padres no les fijan límites y se exceden en permisividad, el niño, probablemente también se estresará, ya que le invadirá un sentimiento de soledad y orfandad, donde percibe que nadie se preocupa de él, de lo que haga o deje de hacer.
En este período aparece también, en forma incipiente, la necesidad de autonomía y por ende, todo aquello que le impida ese objetivo (dificultades en el lenguaje, no saber vestirse solo, poca habilidad para realizar determinadas actividades, etc.), se transformará en estresor.
Etapa escolar (6 a 11). Los síntomas de esta edad son: agresividad más allá de lo normal, tristeza, problemas para dormir, disminución del rendimiento escolar, dolores de guatita y/o de cabeza y llanto sin motivo o por cualquier cosa.
El niño comienza a evitar ciertas situaciones que le resultan estresantes, como hacer tareas, ir al colegio, enfrentarse a pruebas o exámenes, etc.
Los motivos se dirigen casi en su totalidad a problemas de autoestima, a una deformación de su autoimagen, debido a que el menor se ve a sí mismo como incapaz de realizar lo que se le pide.
Las exigencias de los padres y del colegio se tornan excesivas o muy superiores a sus capacidades.
A esta edad comienza a tomar importancia el sentido de pertenencia y aquellos niños con déficit en el aspecto social son los más perjudicados.
Las burlas, rechazos, sobrenombres o “tallas pesadas” que realizan en su contra los compañeros de curso o el grupo de pares, le provocan un sentimiento de marginalidad y de escaso o nulo poder, que destruye su imagen personal.
Adolescencia (11 a 18). Los síntomas a esta edad se manifiestan en distintas formas. Algunos muchachos optan por el consumo de alcohol, marihuana u otro tipo de drogas como mecanismo de evasión.
Otros, expresan un exceso de preocupación por el cuerpo, pudiendo generar problemas de alimentación como anorexia o bulimia.
Casi en la mayoría de los casos se presenta una excesiva dificultad para comprometerse.
Los síntomas somáticos habituales son: dolor de estómago, tensión muscular, irritabilidad y cambio de humor acentuado.
El cuerpo es en este periodo el principal estresor; les preocupa la apariencia, la capacidad sexual, la opinión de los otros respecto a ellos.
La familia como fuente de apoyo pasa a segundo plano frente a los amigos y les sobreviene una gran preocupación y presión por el tema del futuro (temor a la competencia, a la exigencia intelectual, a la decisión sobre qué estudiar).
La actitud de los padres
Para evitar que el niño desarrolle un estado de estrés, los papás deben hacer un completo proceso de revisión tanto personal, como del niño y del ambiente que los rodea.
Deben detenerse a analizar las propias expectativas que se tienen del hijo. Conocerlo y aceptarlo tal como es, es el pilar fundamental para una buena y saludable relación.
Si se le exige más de lo que es capaz de rendir, o de lo que cree que es capaz de realizar, se le producirá un sentimiento de disminución, de apocamiento, de frustración y fracaso, que podría agravar la situación de estrés.
Una vez que se ha notado una actitud fuera de lo común, que aparezca como señal de alerta de que algo no está funcionando correctamente, se debe analizar si lo que le ocurre al niño se relaciona con el ámbito amoroso –dificultades en el ambiente y clima emocional familiar- o con las normas, sean estas muy exigentes o en extremo permisivas. También se deben considerar los estresores que provienen del colegio o de su grupo de amigos.
Cada papá que detecta este problema en su hijo debe tratar de descifrar la causa que lo genera y para eso debe remitirse a las vivencias de los últimos seis meses, buscando posibles cambios a los que fue expuesto el niño y que le afectaron sobremanera.
Una forma de ayudar al niño a enfrentar su situación y superarla, es considerando los “factores de protección”, que la psicóloga Montt resume en 8 puntos:
-Autoestima. Un niño que ha logrado desarrollar un alto nivel de autoestima, está menos expuesto a estresarse.
Para ello, es necesario que los padres apoyen a su hijo en todos los proyectos que él emprenda, por pequeños que parezcan.
Debe existir un refuerzo verbal y una conducta acorde (no decirle por ejemplo: “¡Ah, que lindo tu dibujo!”, con un gesto de indiferencia y sin siquiera tomarlo entre las manos).
Ambos padres deben preocuparse por lo que hace y fomentarle un sentimiento de poder y autonomía. Lo más importante es crearse expectativas acordes con las características del niño. “No todos son superdotados ni muchachos maravilla”.
-Sentimiento de Competencia. Toda persona necesita sentirse capaz. El niño debe estar consciente de que puede enfrentar y resolver sus problemas y que para ello puede buscar apoyo o pedir ayuda sin, por eso, ser menos.
-Humor. En toda familia debe existir una cuota de humor, que es el estado fisiológico antagónico al estrés. Sonreír hace muy bien, libera las tensiones y produce bienestar mental y una actitud positiva.
-Creatividad y Cambio. Son muy necesarias para no pensar en lo que estresa. Manteniendo la mente ocupada en otras cosas, que sean del agrado del niño, le permitirán olvidar aquello que le molesta y le causa daño.
-Ejercicio Físico. Ayuda a mantener la mente sana y distraída, además de mejorar la autoimagen.
-Alimentación. Debe ser sana y ordenada, sin recargar el estómago con cosas que no sean necesarias. Lo ideal es tener horarios fijos para cada comida, donde ojalá se pueda compartir en familia.
-Cuidar hábitos de sueño. Se debe procurar que el niño no trasnoche y que duerma las horas necesarias para cada etapa de su desarrollo. Su lugar de descanso debe ser cómodo.
-Compañía. Jamás descuide a su hijo. Ante todo él necesita del apoyo incondicional de sus seres queridos. Necesita saber que no está solo en el mundo y para eso hay que demostrárselo.
Es muy importante tener presente que los estímulos estresantes son subjetivos; cada cual percibe como estresor aquello que lo sobrepasa.
Por este motivo, su hijo podría manifestarse estresado por situaciones que, a su parecer, no tienen importancia.
En caso de presentar este tipo de síntomas, le recomendamos acudir a un especialista. El más indicado sería un psicólogo infantil.
¿Qué es el déficit atencional?
El déficit es un trastorno de la conducta que se caracteriza por dificultades en la atención y concentración, así como impulsividad e hiperactividad, generalmente asociadas a un mal rendimiento en el colegio.
A José no lo para nadie. Durante los escasos minutos que permanece sentado, mueve sus pies con insistencia y se balancea en la silla. En el colegio no es capaz de finalizar sus tareas ni tampoco de ser amistoso con sus compañeros de curso. A sus escasos seis años, ya es considerado un niño problema.
Desde pequeño fue inquieto, pero este rasgo de su personalidad se agudizó al entrar al colegio. Él es parte de ese treinta por ciento de escolares que es diagnosticado con déficit atencional.
Éste se define como un trastorno de la conducta que se caracteriza por dificultades en la atención y concentración, así como impulsividad e hiperactividad, generalmente asociadas a un mal rendimiento en el colegio.
Síntomas que en algunos niños disminuyen a medida que avanzan hacia la adolescencia, pero que de igual forma persisten en algún grado hasta la adultez.
Existen dos tipos de déficit atencional: con hiperactividad y sin ella.
Los niños con déficit atencional sin hiperactividad se distraen con facilidad, presentan dificultades para concentrarse en sus deberes escolares como también en los juegos. Son de esos menores que por lo general no terminan lo que empiezan y siempre llegan a casa diciendo que se les extravió algo. Son los “distraídos” del curso.
En cambio, los que sufren este trastorno y además son hiperactivos se caracterizan por ser extremadamente inquietos. Van de un lugar a otro, abren cajones y puertas, y se suben a sitios peligrosos. Además, se enojan con facilidad, molestan a otros niños y se frustran con rapidez cuando algo no les resulta o no se satisfacen sus pedidos. Más aún, actúan antes de pensar y tienen drásticos cambios de estado de ánimo.
Causas y pronóstico
Las causas de este trastorno son diversas y van desde inmadurez neurológica y desequilibrios químicos en el sistema nervioso central, hasta asfixia en el alumbramiento, partos prematuros o causas hereditarias.
Pero igual de importantes son los factores ambientales, como una dinámica familiar alterada.
Por lo general, un niño con síndrome de déficit atencional será un adulto que se incline por una profesión de tipo creativa. Sin duda, no elegirá un trabajo que lo obligue a estar sentado por ocho horas.
Tratamiento
Si el profesor de su hijo lo llama y le sugiere que lo lleve a un especialista, no se alarme. Sin duda, un tratamiento médico aliviará los síntomas de este trastorno.
Generalmente se sugiere iniciar las consultas con un neurólogo infantil para que éste haga un diagnóstico y derive al menor hacia otros profesionales, como psicólogo o psicopedagogo.
Es probable que el neurólogo apoye el tratamiento con fármacos psicoestimulantes que disminuyen la hiperactividad, favorecen la capacidad de concentración y mejoran el autocontrol de los impulsos agresivos. Con ellos se logra la adaptación del niño al medio escolar y social, un mejor rendimiento académico y más motivación por el estudio.
No obstante, estos medicamentos podrían producir efectos colaterales como disminución del apetito e insomnio, por lo que es recomendable consultar al médico, y preguntarle si no producen acostumbramiento ni daños en el sistema nervioso del menor.
Al respecto la psicóloga infantil Paulina Müller sostiene que los remedios no bastan para tratar a estos niños. “Lo óptimo es una terapia multimodal. Las complicaciones neurológicas se abordan con medicamentos, que son un paliativo de los síntomas, pero no mejoran el problema a nivel psicológico”, advierte.
El tratamiento psicológico se orienta principalmente a ayudarlos a controlar sus impulsos dándole al niño estrategias para el manejo de distintas situaciones. “Un síndrome de déficit atencional mal manejado puede provocar una baja autoestima e inseguridad”, señala la profesional.
Y agrega que los menores que sufren este problema, al no respetar reglas y ser muy impulsivos, se exponen a ser sancionados y rechazados por quienes los rodean. Lo que obviamente les afecta. Durante la psicoterapia se busca que el niño conozca y aprecie sus aspectos positivos y habilidades.
Por otro lado, dada su historia de hiperactividad y dificultad en la atención y concentración, son niños que, por lo general, no han instaurado hábitos ni tienen técnicas de estudio, provocando en ocasiones un retraso escolar. Por lo tanto, un tratamiento psicopedagógico será de gran ayuda en estos casos al estabilizar el aprendizaje y rendimiento escolar.