sábado, 7 de abril de 2007
Dislexia
¿Disx…qué?
Las llamadas dislexia, disortografía o discalculia afectan a niños con una inteligencia normal -en ciertos casos mayor que el promedio- que no presentan problemas sensoriales ni emocionales grave, pero que no logran aprender con los métodos tradicionales.
Diversas teorías han intentado dar respuesta a estas dificultades, pero si en algo hay consenso es que un niño apoyado y asistido por su familia, por el sistema escolar y los expertos competentes, puede mejorar notablemente su rendimiento académico.
¿Por qué mi hijo no aprende? Responder esta pregunta podría tomar cientos de horas y miles de páginas sin llegar a una conclusión satisfactoria. Y es que los propios especialistas no logran un consenso respecto de la causas o el nombre más adecuado para definir este problema.
Para algunos, el origen de estas dificultades radica en el propio niño y para otros tiene relación con las metodologías de enseñanza utilizadas.
Pero, en general, se considera que los factores que intervienen son múltiples, variados y pueden combinarse dependiendo de cada caso. Por lo mismo es difícil generalizar o dar soluciones a priori.
Se sabe que los problemas de aprendizaje (PDA) pueden afectar a cualquier niño -independientemente de su inteligencia o capacidad- y aparecer en cualquier momento de su historia escolar.
En la primera parte de este artículo señalamos que el enfoque clásico para abordar los PDA atribuye sus causas a alteraciones neurológicas o neurofisiológicas del niño. Es muy utilizado en el ámbito médico, por algunos psicopedagogos y fue por décadas la teoría enseñada a los estudiantes de pedagogía y educación diferencial.
Por su parte, el enfoque pedagógico o humanista es más reciente y no está tan centrado en determinar las causas de los PDA, sino en utilizar estrategias de enseñanza que se adecuen al alumno y a mejorar su interacción con el profesor y sus pares.
Según esta visión, sólo un ínfimo porcentaje de los niños con PDA tiene origen neurológico, (mucho menor que para la teoría clásica) pero ello no es impedimento para lograr mejores resultados académicos.
“Mirar a un niño como si tuviera algo malo porque no aprende es un absurdo. No tienen por qué aprender todos de la misma manera”, asegura Nolfa Ibáñez, investigadora, doctora en educación y docente del Departamento de Educación Diferencial de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (UMCE).
A su juicio, el enfoque clásico “es tan respetable como cualquier otro, pero no lo consideramos adecuado en el ámbito pedagógico. Sólo el 5% de los niños con severos PDA presentan signos neurológicos. Aún así, un niño con un cambio en el estilo de interacción profesor-alumno aprende mucho más”.
Este cambio, según Nolfa Ibáñez, implica darle al alumno más opciones y facilidades para aprender, y transmitirle una disposición positiva hacia el estudio. “Si se demora más o lo hace distinto a los demás no tiene ninguna relevancia, lo importante es hacer que le guste aprender. Cambiar su disposición emocional realmente funciona”, explica.
‘Es súper inteligente, pero...’
El método clásico suele dividir los problemas de aprendizaje en generales (PGA) y específicos (PEA). El primero alude a alumnos con rendimiento insuficiente en casi todas las áreas -tema que abordamos en la primera parte- en tanto que los problemas específicos afectan el rendimiento escolar en un ámbito puntual, como por ejemplo en la lectura (dislexia), en la escritura (disortografìa) o en el cálculo (discalculia).
Paradójicamente se trata de niños que poseen una inteligencia normal -o alrededor de lo normal- no presentan alteraciones sensoriales (visuales, auditivos), psicomotoras o emocionales severas y están insertos en un ambiente sociocultural y educacional aparentemente satisfactorio. En otras palabras, existe un desnivel entre su potencial y su capacidad de aprendizaje.
Nolfa Ibáñez no comparte esta definición. Asegura que cuando un niño tiene problemas para leer, no es porque un área determinada de su cerebro esté alterada, sino simplemente porque no sabe o no ha comprendido que lo que se escribe es lo mismo que se dice, "porque un niño no habla comiéndose las letras o invirtiéndolas”, dice.
Ana María Figueroa, también docente de la UMCE y doctora en Educación, tampoco es partidaria de abordar los PDA por área. “El niño es, piensa y actúa como un ser integral; su cerebro y sus complejos sistemas no están estructurados por parcelas”. Por eso, dice, no debe hablarse de dislexia o discalculia, sino simplemente de ‘situaciones o circunstancias en que las dificultades existentes se destacan’. Y menos aún de escolares disléxicos o discalcúlicos, porque esos rótulos pueden afectar enormemente su autoestima, junto con atemorizar y paralizar a sus padres.
La definición tradicional de dislexia (o dislexias, en plural) es la de “un desorden o déficit específico en la recepción, comprensión o expresión escrita, que se manifiesta en dificultades reiteradas para aprender a leer”. Se supone normal hasta cierta etapa, pero cuando se prolonga más allá de los 8 años de edad o después del segundo año básico -para quienes creen en este concepto- puede hablarse efectivamente de dislexia.
Se detecta en la etapa escolar, pero algunos especialistas afirman que hay señales para identificarla precozmente en el preescolar, como por ejemplo; que el niño tenga dificultad para hablar, presente problemas de atención y para memorizar, hiperactividad, baja autoestima, cierta torpeza al moverse, dificultades para desarrollar su motricidad fina en actividades como abrocharse la camisa, manipular cosas o dibujar, entre otras.
Para el enfoque pedagógico, asegurar que existe este tipo de “señales” significa poner carteles de antemano, como si se pudiera predeterminar la vida de una persona y su futuro ya a los 4 ó 5 años.
Si de prevenir futuros problemas se trata, Nolfa Ibáñez enumera recursos para incentivar en los hijos una disposición favorable al aprendizaje; demostrarles que leer puede ser divertido, leer con ellos a diario, ir con frecuencia a la biblioteca, hacer juegos de palabras, con frases de la publicidad, señales de tráfico, etiquetas de alimentos, juguetes; darles el ejemplo, permitiéndoles que vean a sus padres y hermanos leer y escribir; y aplicar palabras difíciles para el niño a situaciones de su vida diaria, entre otros.
En tanto, la dificultad para escribir sin errores ortográficos (disortografía) se debería, según el enfoque clásico, a una mala interpretación neurosensorial para ejecutar gráficamente las reglas ortografícas en palabras o sílabas homófonas (que suenan igual, pero se escriben distinto). Los ejemplos más comunes: el uso de la c-s-z, la v-b, la h y la g-j. Tampoco es un concepto muy utilizado actualmente.
2 + 2= 5 … ¿discalculia?
El enfoque clásico la describe como una dificultad en el desarrollo de habilidades matemáticas como contar, alinear y copiar números correctamente; sumar restar y multiplicar, reconocer los signos matemáticos y comprender estas operaciones.
Para Ana María Figueroa, si un niño no domina estos procesos, “no es por falta de estructura mental consolidada, sino simplemente por la falta de hábito de utilizarla”, en cuyo caso el profesor debería proporcionar nuevas formas para adquirir esos conocimientos.
Pero según Ana María Figueroa, factores como la escasa aplicación de las matemáticas a la vida cotidiana, textos escolares que carecen de significado concreto para el alumno; que no se aprovecha su experiencia para aprender y aplicar conocimientos, entre otros, dificultan el aprendizaje.
Sancionar los errores del alumno tampoco contribuye. “Si la profesora le pregunta cuánto son 2 más 2 y el niño responde 5, si ella le dice ‘no, te equivocaste, cómo se te ocurre’, no garantiza ningún aprendizaje. Habría que volver con él a mostrarle una situación en que se diera cuenta que está equivocado”.
La solución: un trabajo en equipo
Cuando exista la sospecha de que un hijo tiene PDA, hay que asesorarse por un experto que descarte problemas físicos o fisiológicos que pudieran interferir. Para los especialistas, puede hablarse de un PDA cuando el niño está retrasado en dos años en relación a sus pares, pero sin duda no es necesario esperar ese tiempo para tomar medidas.
El propósito es que aquellas pequeñas dificultades propias y típicas de cualquier alumno se solucionen en el momento y no se arrastren hacia cursos superiores, complicando futuros aprendizajes.
Es importante consultar y valorar diversas opiniones. Ana María Figueroa recuerda “tener presente que la persona que pasa más tiempo con el niño es el profesor. Como son problemas escolares, él es el más competente. No puede ser el médico quien le diga qué pasa dentro en la clase”.
Nolfa Ibáñez comparte esta visión y aunque admite que es difícil cambiar la dinámica tradicional de enseñanza, cree que con la Reforma Educacional “es algo que se está intentando”. Aclara eso sí, que no se trata de criticar a los profesores, sino de entregarles nuevas herramientas, “donde su trabajo incluso pueda ser menos tensional, pues la disposición de los alumnos no es la misma en un ambiente autoritario y rígido que en una relación de aceptación y de respeto, donde se les permita participar sin temor a ser sancionados”. Y añade que "no tiene por qué ser un método completamente diferente, a veces basta con poco, una conversación con la profesora o que un especialista le señale cómo cumplir los mismos objetivos haciendo pequeñas diferencias”.
Ana María Figueroa, en tanto, asegura que los profesores y psicopedagos con este enfoque cuentan con herramientas para que el trabajo con los niños sea diferente. “Tienen una manera distinta de relacionarse con los papás y pueden explicarles cómo enfrentar mejor el tema”.
Si el profesor no da el primer paso, los padres deben plantearle sus inquietudes y ver la forma de apoyar su labor. En ciertos casos se sugiere consultar un psicopedagogo que podrá colaborar con el profesor cuando así se requiera. Si la orientación del colegio no calza con las necesidades del menor, podrá sugerir otros con metodologías más integradoras o individuales, pero siempre dentro de la educación regular, porque se le considera el mejor medio para que un niño aprenda.
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