jueves, 5 de abril de 2007

Estrés en los niños: Cuando les piden más de lo que pueden dar


Los factores más recurrentes para desarrollar un estado de estrés son los problemas familiares como maltrato, separación de los padres, enfermedad o muerte de algún miembro cercano, amigo o mascota; y todo tipo de cambios radicales que impliquen una pérdida, como cambios de casa, jardín o colegio.

Fernanda tiene 9 años. Siempre ha sido la primera en su curso y sus padres, separados hace cinco años, decidieron cambiarla de colegio.

La primera prueba de selección la hizo a fines del año pasado en uno de los mejores establecimientos de Valparaíso y sus resultados no fueron buenos.

Este “fracaso” desató una serie de temores e inseguridades en la pequeña niña, acostumbrada a ganar.

Terror nocturno, con paseos y conversaciones dormida; comenzó a orinarse en la cama o en cualquier sitio, porque no alcanzaba a llegar al baño.

“Andaba triste y llorosa... Como es tan competitiva, quería mantener el primer puesto en su curso e ingresar de las primeras en el otro colegio”, cuenta su madre, Claudia, quien agrega que debió llevarla al psicólogo.

“Él nos dijo que lo más simple para remediarlo era cambiar el “switch”, no hablarle más del colegio y comenzar a organizar las vacaciones. Ojalá cambiarla de entorno y hacer como si todo hubiese pasado”.

Fernanda presentaba claros síntomas de estrés.

Luego de quince días de angustia, la niña comenzó a mostrar mejorías. Hoy está matriculada en un excelente colegio y disfruta de un veraneo con su papá.

El estrés es un estado de malestar psicológico y físico que generalmente se manifiesta como un estado de aprensión, apremio y tensión.

Suele identificarse como una enfermedad de adultos, afectados por la velocidad cotidiana y la presión laboral.

Pero, como Fernanda, son muchos los niños que lo presentan, debido a las grandes exigencias a las que están expuestos.

Los factores más recurrentes para desarrollar un estado de estrés son los problemas familiares como maltrato, separación de los padres, enfermedad o muerte de algún miembro cercano, amigo o mascota; y todo tipo de cambios radicales que impliquen una pérdida, como cambios de casa, jardín o colegio.

¿Cómo saber si su hijo está estresado?

La psicóloga clínica, María Elena Montt, especialista en niños y adolescentes, describe los síntomas que permiten detectar el estrés según las distintas edades y las causas más frecuentes que lo detonan.

Lactancia (0 a 2 años). El niño se manifiesta irritable, con llanto fácil y dificultad para calmarse. Presenta cólicos y trastornos del sueño y la alimentación.

La causa más común de estrés a esta edad es la ausencia de la madre o la persona que esté a cargo de su cuidado, ya sea física o psíquicamente.

La falta de reciprocidad entre la madre y el niño, impide a ésta comprender lo que su hijo necesita. Suele coincidir con mamás que no se encuentran bien anímicamente (depresión, por ejemplo) o que están muy ocupadas.

Otro tipo de agentes estresores que afectan al bebé son el maltrato directo y la sobreestimulación (cuando no se respetan los ritmos de desarrollo del niño).

Preescolares (2 a 6). En esta etapa, se pueden presentar dos tipos de situaciones: agresividad acompañada de reiteradas y grandes pataletas o a la inversa, un niño ensimismado y retraído, que se aísla del mundo.

En ambos casos se suman manifestaciones biológicas como dolor de guatita o de cabeza y la aparición de miedo excesivo ante cosas sin importancia aparente, o frente a situaciones que antes no le inquietaban.

Si el menor bordea los 5 años y siente un temor intenso a separarse de la madre, puede ser también signo de estrés.

La principal causa en estas edades se resume en los conceptos “control y exigencia”. Los padres comienzan a fijar límites y muchas veces exigen respuestas inmediatas.

El tema del control de esfínter, la adquisición del lenguaje o la demarcación de lo que se debe y no se debe hacer, aplicadas en forma rígida provocan sentimientos de sobreexigencia en el pequeño.

Si, por el contrario, los padres no les fijan límites y se exceden en permisividad, el niño, probablemente también se estresará, ya que le invadirá un sentimiento de soledad y orfandad, donde percibe que nadie se preocupa de él, de lo que haga o deje de hacer.

En este período aparece también, en forma incipiente, la necesidad de autonomía y por ende, todo aquello que le impida ese objetivo (dificultades en el lenguaje, no saber vestirse solo, poca habilidad para realizar determinadas actividades, etc.), se transformará en estresor.

Etapa escolar (6 a 11). Los síntomas de esta edad son: agresividad más allá de lo normal, tristeza, problemas para dormir, disminución del rendimiento escolar, dolores de guatita y/o de cabeza y llanto sin motivo o por cualquier cosa.

El niño comienza a evitar ciertas situaciones que le resultan estresantes, como hacer tareas, ir al colegio, enfrentarse a pruebas o exámenes, etc.

Los motivos se dirigen casi en su totalidad a problemas de autoestima, a una deformación de su autoimagen, debido a que el menor se ve a sí mismo como incapaz de realizar lo que se le pide.

Las exigencias de los padres y del colegio se tornan excesivas o muy superiores a sus capacidades.

A esta edad comienza a tomar importancia el sentido de pertenencia y aquellos niños con déficit en el aspecto social son los más perjudicados.

Las burlas, rechazos, sobrenombres o “tallas pesadas” que realizan en su contra los compañeros de curso o el grupo de pares, le provocan un sentimiento de marginalidad y de escaso o nulo poder, que destruye su imagen personal.

Adolescencia (11 a 18). Los síntomas a esta edad se manifiestan en distintas formas. Algunos muchachos optan por el consumo de alcohol, marihuana u otro tipo de drogas como mecanismo de evasión.

Otros, expresan un exceso de preocupación por el cuerpo, pudiendo generar problemas de alimentación como anorexia o bulimia.

Casi en la mayoría de los casos se presenta una excesiva dificultad para comprometerse.

Los síntomas somáticos habituales son: dolor de estómago, tensión muscular, irritabilidad y cambio de humor acentuado.

El cuerpo es en este periodo el principal estresor; les preocupa la apariencia, la capacidad sexual, la opinión de los otros respecto a ellos.

La familia como fuente de apoyo pasa a segundo plano frente a los amigos y les sobreviene una gran preocupación y presión por el tema del futuro (temor a la competencia, a la exigencia intelectual, a la decisión sobre qué estudiar).

La actitud de los padres

Para evitar que el niño desarrolle un estado de estrés, los papás deben hacer un completo proceso de revisión tanto personal, como del niño y del ambiente que los rodea.

Deben detenerse a analizar las propias expectativas que se tienen del hijo. Conocerlo y aceptarlo tal como es, es el pilar fundamental para una buena y saludable relación.

Si se le exige más de lo que es capaz de rendir, o de lo que cree que es capaz de realizar, se le producirá un sentimiento de disminución, de apocamiento, de frustración y fracaso, que podría agravar la situación de estrés.

Una vez que se ha notado una actitud fuera de lo común, que aparezca como señal de alerta de que algo no está funcionando correctamente, se debe analizar si lo que le ocurre al niño se relaciona con el ámbito amoroso –dificultades en el ambiente y clima emocional familiar- o con las normas, sean estas muy exigentes o en extremo permisivas. También se deben considerar los estresores que provienen del colegio o de su grupo de amigos.

Cada papá que detecta este problema en su hijo debe tratar de descifrar la causa que lo genera y para eso debe remitirse a las vivencias de los últimos seis meses, buscando posibles cambios a los que fue expuesto el niño y que le afectaron sobremanera.

Una forma de ayudar al niño a enfrentar su situación y superarla, es considerando los “factores de protección”, que la psicóloga Montt resume en 8 puntos:

-Autoestima. Un niño que ha logrado desarrollar un alto nivel de autoestima, está menos expuesto a estresarse.

Para ello, es necesario que los padres apoyen a su hijo en todos los proyectos que él emprenda, por pequeños que parezcan.

Debe existir un refuerzo verbal y una conducta acorde (no decirle por ejemplo: “¡Ah, que lindo tu dibujo!”, con un gesto de indiferencia y sin siquiera tomarlo entre las manos).

Ambos padres deben preocuparse por lo que hace y fomentarle un sentimiento de poder y autonomía. Lo más importante es crearse expectativas acordes con las características del niño. “No todos son superdotados ni muchachos maravilla”.

-Sentimiento de Competencia. Toda persona necesita sentirse capaz. El niño debe estar consciente de que puede enfrentar y resolver sus problemas y que para ello puede buscar apoyo o pedir ayuda sin, por eso, ser menos.

-Humor. En toda familia debe existir una cuota de humor, que es el estado fisiológico antagónico al estrés. Sonreír hace muy bien, libera las tensiones y produce bienestar mental y una actitud positiva.

-Creatividad y Cambio. Son muy necesarias para no pensar en lo que estresa. Manteniendo la mente ocupada en otras cosas, que sean del agrado del niño, le permitirán olvidar aquello que le molesta y le causa daño.

-Ejercicio Físico. Ayuda a mantener la mente sana y distraída, además de mejorar la autoimagen.

-Alimentación. Debe ser sana y ordenada, sin recargar el estómago con cosas que no sean necesarias. Lo ideal es tener horarios fijos para cada comida, donde ojalá se pueda compartir en familia.

-Cuidar hábitos de sueño. Se debe procurar que el niño no trasnoche y que duerma las horas necesarias para cada etapa de su desarrollo. Su lugar de descanso debe ser cómodo.

-Compañía. Jamás descuide a su hijo. Ante todo él necesita del apoyo incondicional de sus seres queridos. Necesita saber que no está solo en el mundo y para eso hay que demostrárselo.

Es muy importante tener presente que los estímulos estresantes son subjetivos; cada cual percibe como estresor aquello que lo sobrepasa.

Por este motivo, su hijo podría manifestarse estresado por situaciones que, a su parecer, no tienen importancia.

En caso de presentar este tipo de síntomas, le recomendamos acudir a un especialista. El más indicado sería un psicólogo infantil.

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